Nuestras vidas resultan a veces frágiles, en algún momento una parte de nosotros se quiebra e intentamos restituirla sin que se noten las cicatrices, cuando lo cierto es que son estas las que nos recuerdan lo vivido, lo aprendido, a través de ellas se puede leer la vida de cada uno de nosotros.
Nos empeñamos en recomponernos pedazo a pedazo para parecernos a lo que éramos, pero la realidad es que las grietas siguen ahí, las heridas se curan pero las cicatrices que no conseguimos tapar forman parte de nuestra historia, y es entonces cuando elegimos si intentar disimularlas o admirarlas como marcas de lo vivido, de una historia única y especial, sólo nuestra, en la que nos involucramos a pesar de saber que nuestro motor, el corazón, es frágil y delicadamente perfecto y que a pesar de ser troceado mil veces se recompone como una pieza completa pero estéticamente transformada, tan singular y personal en la restauración que reintegrados los pedazos resulta más valiosa que la intacta.